Pero existe – Ambato, ciudad y memoria.


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Jueves 18 de mayo 2023

FINALISTA DEL CONCURSO DE ESCRITURA

Ambato no debería haber existido. Pero existe. Contra el propio suelo que la sustenta, existe. Amasa pan, siembra fruta, curte cuero, cose zapatos, cría animales, ensambla autos, juega fútbol, canta y, a veces, escribe. 

Esta ciudad, vigilada por la Mama Tungurahua y abrazada por el Casigana, el Pilishurco y el Nitón, ha sido afortunada de gozar de un clima maravilloso que en la época de Carnaval favorece la cosecha de abridores, manzanas, peras y claudias.

Ambato no debería haber existido porque, a pesar de que la naturaleza se ha encargado de entregar esta tierra fértil, ha sido inestable y, por tantos movimientos telúricos, no debió haber tenido asentamientos. Pero existe.

Esta ciudad donde se instaló la primera imprenta, donde se sembró el primer árbol de eucalipto del país, donde las imponentes fachadas de piedra pishilata de los edificios emblemáticos —el colegio Bolívar y escuela La Providencia— soportaron el movimiento de la tierra en 1949. 

En esta ciudad, soy dos barrios tradicionales, soy mis padres y mis abuelos, soy sus historias y sus vivencias. Soy ambateña porque nací en esta tierra, me fui y volví.

Recuerdo que de niña veía huertos frutales en la ciudad, escuchaba el grito de gol desde el patio de mi casa y nadaba en la piscina de Ingahurco. Fui a la escuela con mascarilla y gafas porque llovía la ceniza del volcán, vi llegar personas a los albergues para refugiarse y vi cómo Baños se volvió una ciudad fantasma. Recuerdo cómo esperaba el fin de semana para ir al mirador de Huambaló a ver la erupción y las rocas incandescentes desde la primera fila.

Ambato no debería haber existido, pero existe. Y cuán afortunados somos de vivir en esta ciudad pequeña con lo necesario, con la ventaja de conseguir los alimentos de los productores, con la cercanía a la región Amazónica y con la fortuna de ser guardados por el Tungurahua.

Esta ciudad me llena el corazón con su olor a pan recién horneado; chocolate con queso; llapingachos con chorizo, huevo y aguacate; colada morada; tortillas de maíz en charol y chochos y chicha; y domingo de empanadas de morocho con ají.

Ambato no debería estar aquí, pero está, porque aquí se entendió la vida en medio del temblor, tan cerca del volcán, tan dentro de la montaña, sabiéndose efímeros, con el esfuerzo por trascender, por dejar algo sembrado, algo cosido, algo confeccionado, algo escrito. 

Por: Victoria Jara Miranda

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