Necesidades Profanas


Escrito por: Nicolás Merizalde

|

Lunes 1 de abril 2024

Cuando entré al claustro tenía la piel tersa y los ojos brillantes, era ágil, cantaba bien y sonreía  mucho. Ahora, tengo manchas y grietas en todas partes, la voz más grave y rota, creo que aún me  brillan las pupilas a cierta hora del día y sé que casi nunca sonrío. Me queda poco, moriré en el anonimato elegido de monja incógnita. He agotado mi existencia en fundirme con algo más grande  que mi experiencia y mi comprensión, y no me arrepiento. 

Reconozco mis obsesiones mundanas. He vivido atada a la fascinación que me invadió frente a la  belleza del monasterio del que nunca volví a salir. Jamás olvidé la simetría de la fachada, la  imponencia de sus columnas, la delicadeza provocadora del viento agitando las túnicas de los  ángeles. No era esa indagación pasiva que he sentido frente al altar, era otra cosa.  

Carlos, el vecino que viene cada mañana a comprar dulces y darme conversación cuando se acerca  a la rejilla, suele describirme ciertos detalles que desafían mi memoria y me cuenta su vida de escritor malhumorado, lo que hace o quisiera hacer. Durante 35 años sólo he conocido su voz, pero  sé que es un hombre carcomido por la incertidumbre, vive en el sexto piso del edificio de enfrente,  tiene miedo a morir y se preocupa por tonterías. Ayer me preguntó para qué sirve su vida, su trabajo y el arte. No le respondí. 

Supe que sería un cómplice ideal y me entendería, así que hoy rompí mi promesa, las reglas que me  rigen y la vida que conocí. Con las pocas fuerzas que me quedan, escapé en mitad del rosario y abrí  la puerta chica del convento, crucé la calle mientras sentía que se me destartalaba el cuerpo y me  corría un sudor gélido dentro del hábito. Llamé a la puerta, di mi nombre. Me recibió un viejo  incrédulo y pálido. Le expliqué que venía a pedirle un favor, que me dejara pasar a su balcón para  ver por última vez el monasterio, la iglesia, el jardín desde arriba. Por supuesto, me dejó. Me quedé  absorta unos minutos, nadie dijo nada. Al salir, como despidiéndome le dije que el arte sirve, quizás  no cambie el mundo, pero nos deja vernos desde fuera, lo que somos o fuimos y, aunque breve el  momento, eterno el efecto. Estoy segura que no lo volveré a ver. 

Autor: Nicolás Merizalde.

Concurso de Escritura Creativa 2024.

Escanea el código