Juan Montalvo Fiallos – Vida Sentimental


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Lunes 28 de agosto 2023

Tomado de “Montalvo, una pasión” de Ruth Cobo Caicedo. Ed. El Conejo, 2011.  Quito.

De la Soledad:

“Entrad conmigo en esta heredad embelesante: sus jardines encierran las familias de las flores, desde la rosa abierta en insolente desparpajo, hasta humilde violeta que se está calladita a la sombra de sus hermanas mayores, descuella la azucena a modo de infanta real: la margarita esparce por los contornos su oloroso aliento, el jazmín le corresponde echando a su vez raudales que acarician el olfato y pasan a embriagar el alma… No hay felicidad posible en la soledad. Nadie puede gozar a solas. Felicidad sin amor. No hay alma seca y helada que imagine: preponderancia, honores, tesoros, salud, fama, todo va a dar al centro de la felicidad única que es el amor… la mujer buena está sobre la bella. Belleza convertida en bondad es mirada de Dios que, dejando de iluminar el rostro, se mete para dentro a calentar el alma”.

Juan Montalvo (Siete Tratados. Pág. 153)

MARIA ADELAIDA MANUELA.

1864

Las retamas doradas junto a los árboles frutales de Ficoa. El canto del río junto a las hojas que huelen a nardos y claveles, el color alelí entre las nubes, son el escenario en donde crece libre, rosada de atardeceres y mechones de luna María Adelaida, que capta la mirada del corazón de Juan Montalvo.

Vendrá el amor con las irisaciones del regocijo y la profunda enseñanza de las lágrimas, como agua de lluvia salpicada de barro. La virtud de amar, enrollará sus emociones, hasta el punto que desentrañará sus depresiones, sensibilizará aún más sus días.

Como un sabio que lo enseña todo, que desentraña la oscuridad dentro de tanto brillo, como lo inefable de la luz, que al retirarse nos deja las tinieblas, llega el amor. Sabiduría que al no ser reconocida dejará dolor, manantial que en su ausencia nos deja sentir sed.  No hay sabiduría sin dolor.

Ella es la frescura y la brisa de los manzanos y capulíes, dorada al sol su piel tersa, tendrá olor violeta, olor jazmines, hermosa como ninfa frugal en medio del rocío y el ensueño de las noches de luna y los amaneceres en medio del sortilegio de los trinos, abrazará a su amante para transmitirle su sabia y sus pudores.

Enamorada de Juan quien más que ella, virgen en quien florecen las crisálidas níveas que se dan en un acto infinito a su amor que encarna el misterio y el encanto.

La pareja se encuentra, se aproxima entre el tul de la hojarasca y las estrellas, la sombra de la noche confidente ideal, cubre la pradera: Él, envuelto en la anchura de su ruana apresura su paso hacia el encuentro.

“…y me pongo a adorarte el punto mismo, si el cariño al cariño siempre excita: porque mirarte y conturbarme era uno, y mi mano al tocarte, estremecías…”

(Juan Montalvo. Baños a orillas del Ulba. El Cosmopolita, Tomo Primero. pág. 322)

En ese cuerpo torbellino, talvez comparaba el cuerpo idealizado de “la mujer perfecta” de Virgilio, que quería encontrar también las virtudes que deben acompañar a los atributos femeninos: “Admiro un gran talento, más la Virtud tiene a mis ojos más valía” (Juan Montalvo, Ibid). María Adelaida, sin duda para él, representa la pureza que exalta a la mujer y la hace digna, a diferencia de las “frívolas” mujeres parisinas, que “con su lengua hurgaban la condenación de los débiles mortales que se dejaban llevar por sus pasiones”.

En el amor que siente por María Adelaida, hace que diga: “la mujer no es inferior al hombre” y resalta la lamentable desigualdad que ha pesado sobre la mujer a través del tiempo,  como lo refiere: “rubor y pesar tengo en decirlo: educación no tienen”. La mujer relegada por el machismo imperante, que se mantiene subrepticio, hasta nuestros días, en Ecuador, y que lo pintaría en muchas partes del orbe.

Hecha para ser madre y esposa, la mujer, gran trabajo el que realiza al interior de su casa, si fuere valorado: las naciones serían clarines de justicia. Quien puede dirigir su casa, puede dirigir un pueblo y encausar por derroteros de victoria la vida de sus hijos. Los valores femeninos, por cierto, hacen falta para enderezar el mundo.

No se trata de lucha de competencias, se trata de completud en la Unidad de una sola y sólida construcción social basada en el reconocimiento, valoración y respeto mutuo. En lo Masculino y femenino se sustenta la vida. 

Montalvo hubiera querido encontrar en María Adelaida la compañera intelectual, la pensadora, la filósofa y política, cuyo haz de ideales se complementaría con las suyas, buscaría en ella la amiga y confidente que aplacaría al fin las soledades. Buscaba en ella, la encarnación idealizada, rememorando las mujeres de la historia, a las que admira para verlas evocadas en la fresca presencia de su amada.

Montalvo no amó solamente el cuerpo de María Adelaida, amó en ella los ideales de la mujer libre y valiente que rompió las ataduras de su tiempo, que entiende a la “humanidad con sus leyes injustas” y se rebela contra la “hipocresía de sus semejantes, en la estrecha mentalidad de la gente que le rodea”. (Galo René Pérez).

Con María Adelaida, Juan Montalvo pretende encontrar la dulzura del complemento, la motivación para amar, la ilusión y la ternura para proyectar sus sentimientos y encauzar su mejor potencial hacia nuevos propósitos.

Pero, pronto este amor de transparencia y de ilusiones desbordantes, ha de transformarse en un episodio de dolor en su vida. María Adelaida Manuela “es dominante, a veces inflexible, inclinada a satisfacer sus caprichos. Odia y ama con la misma violencia”

Ahora Montalvo lo sabe. El fruto del amor deja impregnado en el vientre de ella, su primer hijo. Juan por sobre todo ama la libertad, “hombre nacido para las mayores cosas”. No quiere formalizar con María Manuela el matrimonio, ante lo que encuentra el repudio de ella y la venganza, y él aborrecerá en ella a la humanidad entera “con sus leyes injustas”, la hipocresía de sus semejantes, los espiones detrás de las cortinas, a las formalidades construidas en los fuertes condicionantes familiares y sociales.

Los amantes se alejan, pero, sin embargo, sienten que la separación es como un monstruo que oprime la alegría. Ambos, amándose tanto, deciden no volver a mirarse. Para ambos, el día será un espacio sin fondo, una eternidad suplicante por tener una caricia. Sabrán que estar enamorado es haber perdido la razón, tarde entenderán que la pareja empieza cuando el enamoramiento ha cesado.

Pronto el vientre crece y esto es ignominia ante el repudio de la gente y la presión de los parientes cercanos de ambos.

El amor, sabe cómo doblegar el orgullo, enseña y forma, aunque a veces hable en su lenguaje fuerte y desborde el llanto. Ahora dirá Montalvo:

“Días hay en que quisiera no ser yo, un mal desconocido me inficiona el alma, la vida es una enfermedad, para mí, deseo la muerte y la llamo con cólera: no viene y rompo a quejarme de ella”. (El Cosmopolita. Libro IV. Pág. 42)

Sin duda, las crisis del amor, nos desarreglan el alma. Su deseada presencia, pero esquiva nos devolvería la sonrisa, pero el amor es cual ave pasajera, que al no haber sido contemplado con los ojos del alma, nunca vuela. Como él es, busca una visión que trascienda, en la profundidad de su esencia.

Montalvo se deprime al mismo tiempo con la compulsión que solo su gran sensibilidad hará que el dolor le inficione el espíritu.

©Ruth Cobo Caicedo. 

Dra. en Psicología Clínica. 

Poeta y ensayista.

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