Encantados y aburridos


Escrito por: Jorge Gómez

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Lunes 1 de abril 2024

Oscar Wilde desafió la convencional dicotomía entre bondad y maldad y optó por dividir a las  personas en encantadoras o aburridas. Este enfoque puede aplicarse igualmente al mundo del  arte y la literatura. Mientras Borges proclamaba que «cada palabra es poesía», Gustavo Bueno  sugería que la poesía era «filosofía en verso». En los textos poéticos, es relativamente fácil  distinguir entre composiciones entretenidas, aunque poco profundas, de otras más complejas y  difíciles de digerir. Estas divergencias, en parte alimentadas por el influjo de las redes sociales y  la preeminencia de los influencers, siguen siendo evidentes en nuestros días.  

Existe una premisa clara: ciertos poemas nos cautivan más que otros. En la era digital, mucha  poesía se reduce a breves confesiones amorosas o reflexiones íntimas que los lectores sienten  como propias. Benedetto Croce propuso que el conocimiento humano evoluciona desde lo  intuitivo hacia lo lógico, un proceso análogo al que experimentamos, por ejemplo, con la música:  inicialmente nos atrae una canción por su ritmo, letra o melodía, para luego asociarla con  recuerdos y emociones particulares a medida que maduramos. Pese a que muchos temas del  «género urbano» emplean rimas simples o aparentemente incoherentes, han llegado a convertirse  en verdaderos himnos generacionales. El rock, en sus comienzos, se caracterizaba por letras  elementales antes de abordar tópicos más trascendentales, y no olvidemos que casi todos los  éxitos de los Beatles son «tontas canciones de amor». Incluso poetas «venerados», como César  Vallejo, no dudaron en usar la simplicidad y el absurdo. En pintura, nos encontramos con una  historia similar: desde las elaboradas obras renacentistas hasta las minimalistas, azarosas y  abstractas de Picasso o Banksy. El error radica en menospreciar estas formas de expresión o  subestimar a su audiencia, pues al fin y al cabo, el arte emociona o no. 

Por otro lado, el público también se encuentra dividido entre tradicionalistas y partidarios de la  sencillez. Hoy en día, muchos lectores no encuentran ninguna conexión con Wallace Stevens o  Paul Celan, cuyos estilos intrincados requieren cierto gusto por la filosofía o la lógica. Algunos  atribuyen esta simplificación progresiva al influjo del mercantilismo o a una supuesta  estupidización de la cultura, pero como bien apuntaba el propio Stevens, «el dinero es una clase  de poesía». Tal vez la respuesta sea, asimismo, sencilla: las tontas canciones de amor, la poesía  descomplicada o el arte ingenuo son inevitables y, sobre todo, nunca han dejado de encantarnos.

Autor: Jorge Gómez.

Concurso de Escritura Creativa 2024.

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