En nombre del arte


Escrito por: Carlos Sarmiento

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Lunes 1 de abril 2024

El teléfono no paraba de sonar, si no contestaba, no dejarían de llamar. Era el estigma en  mi cotidianidad. ‘‘Le recordamos, su deuda lleva 167 días vencida. Evite instancias  legales’’. Yo era una estadística más, uno de cada siete desempleados (por voluntad). 

En mi necedad, dejé la seguridad laboral. Añoraba perseguir el arte en tiempos de desdén.  Mi nueva inestabilidad acarreó el final de mi relación. Tras seis años de escueto amor: ‘‘busco estabilidad, tú no me la das’’, fue la parafernalia que empleó. 

Había entregado la insensatez de mi sinrazón en nombre del arte. Me negaba a creer que, dentro de mí, no se hallase algo más que un trágico y banal pseudo escritor. Debía tres  meses de renta, y mis únicas comidas eran tortillas de maíz, agua y huevos; era lo que  alcanzaba con lo poco que restaba. 

Gastaba mis energías relatando la mundana condición cotidiana de la humanidad; su  cómica vulgaridad, su infructuoso dramatismo, su satírico sufrimiento. Eventualmente y  con algo de fortuna, algún portal virtual me publicaría. Creía en la honorabilidad de la  poesía, mas en el hogar faltaba dinero y comida. 

Mis mañanas veían su existencia sumida en encontrar concurso alguno que, con efectivo,  premiaría. Sin considerar, tan siquiera, si lo inenarrable de mis escritos un primer lugar,  me otorgarían. Si la suerte me sonreía en tres o cuatro meses tendría noticias, habría sido  rechazado o parte de una etapa próxima, formaría. Y si la ventura me era grata, el dinero  ganado brevemente, en impuestos y deudas, se marcharía. 

Mis últimos días corrían resquebrajados, había recaído sobre las fauces del llanto que  guiaba mi eterna agonía. Tenía un porvenir socialmente fructífero, hasta que pretendí  entregar, en nombre del arte, mi vida. Los cimientos, de mis sentimientos, se hallaban  roídos por el letargo de mis introspectivas noches. La caída fue exponencialmente breve,  los hechos carcomían mi mente. Mi llama literaria se había desvanecido, yo me tornaba  aprisa en un alma vivazmente extinta. Cargaba las cruces del arte que ahora me  pertenecían. 

Salí a tomar un paseo, me acerqué al puente negro. Estaba siendo acechado por las voces  ansiosas y depresivas, que dentro de mí yacían. Ellas me instaron a saltar. Salté. 

Reza la elucubración en lo hondo de mi psique, que insta a dirimir cualquier vestigio de  mi infernal condena: el arte, como la vida, es una tragedia.

Autor: Carlos Sarmiento

Concurso de Escritura Creativa 2024.

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