El Poeta Más Allá Del Poema y de la Poesía


Escrito por: Ruth Cobo Caicedo

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Jueves 19 de octubre 2023

Para la presentación del libro “El Tiempo y las Alas” de Xavier Oquendo Troncoso, en el museo Edmundo Martínez, en Ambato.

Este es un poeta que no tuvo su origen en ninguna parte.

Casi como todos. Y como las piedras.

O como los ríos, acostumbrados a descaminar 

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Un poeta que supo que la poesía

Siempre estará guiñándole el ojo a la inconformidad.

Porque solo el inconforme es poeta.

¿Qué hace la inconformidad en Xavier Oquendo Troncoso?  Hace que él escriba meta-poesía, es decir el poema, más allá de la alcanzable poesía.

Su palabra nos lleva como el amor, desde el ser a la nada, porque como dice Antonio Aute, “la poesía es ese viaje a la nada que consiste en la certeza”. Nos lleva por los alicantos y los vuelos, por los prados y las aves donde posan sus leves pisadas, como el recuerdo en interfaz con la vida. 

No existimos, como creemos que existimos, en su poesía. Existimos en la unidad de la letra, del cielo, de la tierra, de la palabra; en la unidad del árbol y la montaña y somos como las olas de un solo mar, las partículas de un mismo continuo rayo de sol. La verdadera existencia que tenemos es la ternura, la unicidad en la diferencia, su palabra trae la reflexión y la filosofía, la profundidad del silencio, el encanto del perfume sobre el pétalo, el sonido del trino posado en una rama.

Las sílabas poéticas de Xavier Oquendo habitan la palabra, traspasan al tiempo, traen el deleite y la delicia al pensamiento para multiplicar la sinapsis de la alegría y de la alegoría de los colores en los repliegues de las memorias de los futuros, que después de venir se quedarán en las líneas amanecidas de cuarzos y magnolias. 

Por eso, en ésta su poesía, quien lo lee, puede penetrar en quien escribe: mirar la noche o la madrugada, sentir a borbotones el pensamiento que quiere hilar la frase, manifestar la metáfora, materializarse en la letra, sutil y versátil para llegar a dar a luz el poema.

Él, el escritor se trastoca, él, es lo que parece estar dentro de la letra, él, es lo que canta la pura existencia y se substancializa en los ecos de las fuentes que imagina.

El que escribe y el que lee, son como lo que parece estar fuera y estar dentro de la misma idea, que busca afanosa su espacio de existencia, en la verdad que brota desde la ternura interiorizada de momentos psicológicos que necesariamente buscan nacer   para iluminar.

En su poesía, el “polvo inmóvil” habla, toma forma, inclusive tiene aroma, se eterniza, dibuja y difunde en las coordenadas de la conciencia, cuando se torna palabra, reflexión, introversión, y habla dentro de la mismidad que la caricia, que la taza de café de “hierro inoxidable, blanca,” la taza del abuelo cuando Xavier lo resucita en el humo del cigarro, donde el abuelo afeitaba su corazón con las intenciones del humo. 

En su más allá del verso, más allá del poema, en su meta-poesía, en lo que sugiere, nos lleva a pensar el humo que somos; la sombra del humo; difusos, confusos a donde el corazón sale, escapado del espacio de la cárcel de la carne dentro del pecho, para probar café y con el abuelo, oler a tabaco en las aproximaciones de los recuerdos que amamos y nos aman, al filo de las reminiscencias escondidas entre los visillos y la ebullicencia del agua que juega para ser burbuja.

La poesía es una construcción de vida, no es algo que se pueda improvisar como menciona en el prólogo del libro el escritor ecuatoriano Marco Antonio Rodríguez: “El trabajo de la poesía es el más arduo de todos los géneros literarios. De hecho, es el que dio origen a todos los demás. Sin duda, es el que mayor trabajo supone”. 

Realmente es una suerte de vida, caer bajo la mirada aprisionante de la poesía: nos cambia, nos transforma, nos vuelve “raros” para el mundo y el mundano pasajero que no ha sido tocado por su rayo. Así Xavier dice: 

“Si no hubiese pasado por la tierra mojada y felizmente triste de noviembre de 1990, cuando tuve 18 años y escribí un algo que nunca fue un poema y nunca lo será, yo me habría muerto en una infancia larga, pateando una pelota”.

Gracias a que Xavier no patea pelota; en sus poemas, hoy nos enseña a  “cuidar la Luz”, que parece tan escurridiza entre las nieblas, tan inimaginablemente intocable, tan etérica a pleno medio día, hay que “Aprender a cuidar la luz”, dice,  para que no se desgarre en la noche oscura de la inconciencia.

Xavier nos empuja para hacer “autopista a las estrellas”, geranios y jacarandas, en el lila de las “flores en probeta”, en los días que se deslizan vestidos de inteligencia artificial, en donde el ser humano se ha robotizado de tanta materialidad, se ha olvidado quien es, se ha perdido el propósito a cambio de un salario menguado día tras día, en donde la felicidad ya no se escribe, no se siente, en donde la felicidad, como él dice: 

“tiene un nombre que ya no está en tu memoria, ni en la mía.

Lo recuerdan algunas mariposas que viven (tan sólo) unas horas”.

Poesía de reflexión que rompe la rutina y amplía la mirada no solo de los ojos físicos, sino que penetra las interrogaciones más trascendentes:

Se pregunta:

“¿Por dónde irán caminando los ángeles?

¿Habrá un sendero que tracen cuando vuelan?

Y se responde:

Sin embargo, los ángeles son esos que escriben versos.

Guillermo Carnero dice que “la práctica de la metapoesía requiere capacidad de reflexión sobre las limitaciones del lenguaje”. Xavier transmuta con la palabra, abre surcos, siembra, cuestiona, rompe el lenguaje, rompe la lógica del pensamiento: 

Este es un poeta que no tuvo su origen en ninguna parte.

Casi como todos. Y como las piedras.

O como los ríos, acostumbrados a descaminar…

La meta-poesía “se interroga de un modo más trascendente, mirándose al espejo y preguntándose existencialmente por su propio ser”

Estar convencido que el mundo es del tamaño de una casa.

Magnificarla y volver a ella como un planeta hacia la vía láctea.

Xavier nos convida la sensación de infinitud, sino de ella al menos de eternidad, en donde sentimos poder salir del tiempo terrestre para habitar la casa en la vía láctea, allí cabe la frase de Paúl Éluard cuando decía que “la poesía muestra lo mejor de nosotros”. 

En los poemas de Xavier Oquendo la palabra poética toma forma de humo, de un jardinero o un marino, de un cuaderno, de aroma, de una taza oxidada; la palabra es juicio y es amor, es el pensamiento refractado en un sinfín de prismas que toman la forma que quieren. 

En la poesía de Oquendo, como en la de Cobo Barona, la palabra trasciende, nos lleva de la mano desde lo cotidiano hasta los límites de la Nada. No a la nada vacía, sino a la Nada múltiple de formas y de infinitas realizaciones, la Nada que siempre está pariendo instancias que las manda al olvido o a la muerte, de donde el poeta las rescata y las da vida propia. 

Desde lejos venida, desde nunca,

donde el tiempo no pasa sólo existe

en tus ojos de mar y los no límites

y en tierras del amor bajo las lúnulas.

Grandes poetas, los dos, hijos de Ambato, a los que el Ecuador les debe mucha trascendencia, los dos han ocasionado que Ambato resucite de la rutina, han hecho que brillen los renglones y nos regalen vida, los dos nos llevan, por el camino de la meta-poesía, que nos invita a encontrarnos en la multitud de las ideas; de las ideas que favorecen la realidad, que sanan y abren ventanas para que los ojos puedan ver la luz.  De allí que Platón decía que los poetas tienen la voz de los dioses, cántaros aptos, preparados para recibir su luz y transmitirla en versos para ser entendidos por los espíritus más puros. 

La Poesía Es, simplemente como la conciencia y el pensamiento, es lo que viene a borrar el olvido, mientras la brisa sigue soplando sobre el mar y la tierra para que las nereidas continúen su canto, que parece no tener final. 

Voy con los miedos,

por esos senderos

donde solo parece oírse

cómo reclaman, en el viento,

las brisas que se juntan para amarse.

El Amor: redentor y redimido, así en los versos y en la realidad de los días, en las “márgenes eternas”. Así, en los versos, seguimos la línea sutil desde la esencial interioridad de la psiquis donde su voz es armonía, hasta el exterior en la conducta social que se desplaza y viaja ilimitada para volver a arrullar y dejarse abrazar por ese nido interior que nos conforta y nos redime, volviendo a su interioridad en nave de tiempo y de recuerdo.

¿Para qué sirve la poesía? Le preguntan a Xavier con frecuencia. Él sabe que para “enumerar los granos de la arena”, o para encontrar a un gato negro en un cuarto oscuro. Tomando el pensamiento de Efraín Jara Idrobo, diría que las palabras, en poesía,  resplandecen; no sólo significan, no sólo comunican, sino que nos conectan con lo profundo de la inmensidad que somos: fractal de infinito, desde todo lo posible, todo en potencial, nos impulsa para ser mejores,   como Carlos Aguilar Vásquez, dice: “Mitad delicadeza y la mitad amor/ para gloria del mundo/ debe ser cada acción/.

“Salí tarde de la infancia. Algo me detuvo allí. 

Era un aire con azúcar en tiempo indeterminado”…

Dice Xavier, y para salir de la infancia a la vida del adulto, no ha dejado de soñar, ni de elaborar carreteras al cielo, ni de mezclar siempre el aire con azúcar, ni de inventar alas, alegrías, versos: 

Dios sabrá disculparme:

me pongo alas de su ángel favorito

me gradúo en profesión de agradecido.

Los amigos me salvan.

-hermanos, salvavidas, boyas, sogas, barcazas-.

No sé a quién apelar para ganarme el cielo.

Tal vez a los rincones vacíos de las tardes,

a los tiempos pasados que cargan otros vientos

a las azules moradas que guardan

un octubre en el que fui feliz por 31 segundos.

Que esos 31 segundos sean, siempre, en la vuelta del tiempo a ser presente, en el eterno instante del ahora, en la certeza del alma en donde el pasado, el futuro y el presente, son tan solo 1 segundo, y que tus versos nos iluminen siempre, en el paso de lo maravilloso a lo eterno.

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