Aquel viernes – Ambato, ciudad y memoria.


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Jueves 18 de mayo 2023

FINALISTA DEL CONCURSO DE ESCRITURA

Aquel viernes, Florinda, mi madre, había despertado con el crujir de la tierra mucho antes de  que el gallo cantara su credo. Corriendo se dirigió al otro extremo de la pequeña habitación  que alquilaba por 5 sucres. Torpemente descolgó uno de los ramos secos que decoraban las  paredes y lo quemó al pie de la puerta, a penas me dió tiempo de arrodillarme y empezar a  rezar, cuando el bramido cesó y solo después de eso despertó mi padre con su semblante a  penas desdibujado por tal alboroto. ¡Prepara el café! Que hoy debo entregar los jeanes al  patrón, este mes hizo un buen negocio con los alemanes, si Dios quiere, con esa platita  podremos comprar chanchos y gallinas…
!Tenemos que salir de este tugurio!.

A Don Segundo,  mi padre, un café negro y un puñado de maíz le bastaba para calentar el cuerpo y despertar de  ese mal sueño que lo perturbaba, más que cualquier temblor o cualquier gobierno. ¡Pronto!  que se hace tarde, replicó, a pesar de que la orden no tenía remitente, mi madre y yo  sabíamos perfectamente a quien nos tocaba cada cosa, nuestro secreto mecanismo de  convivencia era tan efectivo, que a menudo parecía que mi padre hablaba consigo mismo en  voz alta.

El gallo anunciaba el inicio de la jornada, siempre sucede que en el campo amanece  más temprano, para entonces yo ya había guardado en costales de yute todos los pantalones  que cosí junto a mi madre la noche anterior, recogí mi pelo con un trozo de lienzo, aseguré  fuertemente un costal sobre mi espalda y los tres nos dirigimos a la carretera caminando con  el paso firme sin la esperanza de que algún carro pasará. la gente de este pueblo prescinde de  las complejidades del dinero, pero conocen muy bien las amarguras del campo y quizás por  eso su solidaridad, una carreta tirada por un buey sin guía fue nuestro transporte hasta el  mercado. La tarde transcurrió sin novedad, sin embargo el rigor de la historia determinaría que  aquel 5 de agosto de 1949 cómo el fatídico día de Ambato. Mi nombre, al igual que el de otros  muchos, fue olvidado bajo raudales de escombros y tiempo. Aquel día me fue destinado  conocer el sabor de mi sangre junto a la tierra estéril, el peso del hambre en mi estómago y el  golpe de soledad de una espera sin retorno.

Por: Diego Gavilánez Santamaría

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